Comparto esta dura vivencia sobre anorexia, por el valioso ejemplo de superación de quien lo relata:
Testimonio:
“Esa maldita obsesión llega a condicionar toda tu vida, y se dice pronto, pero sí,
toda tu vida, en todas sus dimensiones. Y es tu cuerpo lo que realmente merece la pena en
este mundo, llegando casi al extremo de perder todo lo demás, familia, amigos, estudios
y, lo más importante, tu vida. Te levantas con un único objetivo, que tu báscula no pese ni
un gramo más que ayer, eso sí con la ilusión de que esté por debajo. Lo que está claro es
que sea el peso que sea , esa mañana, tu desayuno ya está condicionado, hoy no se debe
desayunar. Y llegará la comida, y buscarás cualquier excusa para que nadie te vea comer,
porque realmente no vas a comer, y si ya no puedes escapar más de los tuyos durante el
día, llegará la cena y ahí sí tendrás que enfrentarte a ellos para mentirles y decirles que
has comido tanto durante el día que ya no te apetece cenar. Y esa es tu vida, una mentira,
una gran mentira. Pero eso sí, consigues no subir ni un gramo en aquella báscula que te
horroriza.
Tu familia poco a poco, se va dando cuenta de tu comportamiento y empieza a
descubrir un problema. Tus conductas empiezan a ser bastante anormales. Ya no puedes
salir a comer con nadie, porque por mucho que te esfuerces ya nada entra en ese
minúsculo estómago, eso sí, tu cuerpo no engorda. Y aún así no estás satisfecha con él.
Pero tú estás bien, tú no tienes ningún problema, son los demás que están obsesionados
contigo, no te dejan en paz. Y tú, ajena a toda realidad, concentras todo tu tiempo en
hacer ejercicio físico, trabajar, dormir y mirarte al espejo. Ese es sin más tu día a día. Y
frente al espejo, solo ves tu silueta, no te das cuenta del color amarillento de tu piel, de
que cada vez tienes menos pelo, etc., hagas lo que hagas frente al espejo, nunca estarás
satisfecha. A punto de perder tu salud, tu familia, tus amigos, sólo abres un poquito los
ojos frente a la realidad que estás viviendo, cuando aparecen esos terribles calambres en
los pies. Te paralizan del dolor y piensas que algo te puede estar pasando, algo que no va
bien, pero en el momento que desaparecen los calambres, tus preocupaciones también se
esfuman.
Las personas que te quieren están pendientes de ti, especialmente tu madre, con el
corazón partido en dos de tanto sufrimiento, al ver que su hija no reacciona ante nada, que
se le va, y no puede hacer nada; un padre con la mirada rota de dolor, que ya no sabe qué
hacer ni qué decir para no distanciarse más de su hija; hasta tus abuelitos entienden tu
problema, unas nobles personas que han vivido en tiempos de guerra, con un hambre
forzada porque no tenían recursos. Y ahora que ven que sus nietos lo tienen todo, al
menos, todo lo que ellos nunca tuvieron y, sin embargo se buscan otros problemas
porque, sin más, no les gusta su cuerpo y, a pesar de ello, lo entienden y te brindan sus
mejores sonrisas y deseos. Tus amigos, a los que casi no ves, porque ya no soportas nada,
no quieres estar con ellos porque el tema de conversación serás tú y tus problemas y ya no
lo resistes. Nada de esto te hace reaccionar, a pesar del amor que les tienes a todos ellos.
Hasta que un día, por fin reaccionas, sales de la piscina, después de una clase
especialmente dura, todo se ha parado a tu alrededor, porque han aparecido los pavorosos
calambres, todos se asustan y acuden hacia ti ¡Qué manera tan absurda de llamar la
atención! Al fin todo pasa y te vas rápidamente a los vestuarios para desaparecer de todos
y allí vuelven esos calambres, tan fuertes que no te dejan moverte, estás a cinco pasos de
las duchas y no puedes moverte, el dolor te bloquea y te clavas al suelo, y al fondo oyes el
murmullo de la gente que acaba de salir de la piscina y se dirige a los vestuarios.
Nuevamente llega el miedo a pensar que descubrirán tu problema, buscas
incesablemente el modo de sacar toda tu fuerza para quitarte de en medio y no puedes, y
la gente cada vez está más cerca. Por fin llegas a las duchas, tan cerca y tan lejos a la vez,
bajo el agua, nadie ve tus lágrimas. Llegas a casa, le das un abrazo a tu madre y por fin, le
pides ayuda. Un largo camino, lleno de obstáculos y dificultades se presenta ahora frente
a ti, pero ahora estás dispuesta a superarlo, porque al fin lo has admitido.
Un largo camino con constantes recaídas, un paso hacia delante, y dos hacia
detrás. Pero ahora sí cuentas con las fuerzas necesarias para salir adelante, porque te lo
mereces, tú, y por supuesto, todos los que han luchado contigo. Aunque ellos también a
veces pierdan las fuerzas y sigan creyendo que lo que te pasa es simplemente un capricho,
ideas que tienes en la cabeza, tan absurdas que les cuesta entenderte, hasta el punto que en
público, pueden llegar a decirte que no comes para no engordar, y eso, eso sí te parte el
alma.
Aún así, sacas toda tu fuerza desde lo más profundo de tus adentros y sigues
adelante, por fin te das cuenta que merece la pena vivir. Además ahora, que no te cierras
al mundo, que dejas las puertas abiertas, que empiezas a vivir la realidad de verdad,
alguien llega a tu vida, alguien que empieza a sacar de ti toda la ilusión que habías
perdido, y se convertirá en un nuevo y gran aliciente para ti.
Y sales, finalmente, de esa niebla sombría, sobre la estela del arco iris, y decides
ser tú misma y aceptarte a ti misma, así como eres, sin más condicionamientos.
Aunque esa preocupación por tu imagen corporal, ya no condicione tu vida, será
siempre una sombra que irá contigo a todas partes. Pero sin más, eres feliz.
A un cierto punto, y sin tenerlo previsto ni preparado, llega un nuevo cambio en tu
vida, y en tu cuerpo, serás mamá. Nuevamente se repite la historia. Nuevos cambios en el
cuerpo harán que nuevamente, aparezca tu inseguridad y se repitan todos tus miedos.
Sientes pavor, estás aterrorizada, llegas incluso a pensar en que no deberías ser madre, te
miras al espejo y ves esa barriga, no te gusta nada, y dentro de ella sólo se ve una
habichuelita que no significa nada para ti, nada más que sufrimiento. No estás preparada,
tu cuerpo no está preparado. Pensabas que lo habías superado, habían pasado varios años,
pero de nuevo llega el miedo.
Gracias a tu experiencia y nuevamente al apoyo de los tuyos, sobre todo el gran
pilar de tu vida, tu compañero de viaje, buscas el sosiego y la paz, pronto serán ideas
pasajeras, hasta el momento en que ves a tu niña en la primera ecografía, su vida, una
nueva vida. Y te preguntas ¿quién soy yo para condicionar la vida de una criatura tan
inocente y a la vez tan querida? Desde ese momento el amor y el fuerte vínculo entre las
dos harán superar todos esos miedos. Y hoy por hoy, esa niña es luz que ha iluminado mi
camino, un nuevo camino en el que intentaré con todas mis fuerzas enseñar a mi hija a
recorrer la senda del arco iris, la senda de la canción.
Es sin duda, esta justificación personal, la que encierra uno de los capítulos más
importantes de mi vida. En toda esta vivencia, he sufrido mucho, y he visto sufrir aún más
a la gente que me rodeaba y a la vez, también he aprendido mucho, he aprendido de todos
los que estaban a mi alrededor, sí, de todos y, de cada uno de ellos, me llevo algo en mi
corazón.
Fuente: Tesis doctoral- Contribución de la personalidad a la distorsión de la imagen corporal.